1.3. Las dimensiones humanas de las cosas
Williams concluye que las formas de las cosas están condicionadas por los efectos que el medio ambiente ejerce sobre el individuo que determina, a su vez, las dimensiones y la forma de los utensilios, cómo producirlos y cómo usarlos. Goldfield afirma que las personas determinamos las dimensiones de las cosas y las disponemos en sistemas o conjuntos en función de las tareas específicas que queremos realizar; por tanto, las organizamos en relación con nuestras actividades.
Las personas necesitamos que las cosas tengan unas dimensiones adecuadas para que podamos usarlas de forma fácil y cómoda. S. Puig afirma que «la correcta escala de las cosas es una necesidad para los humanos, no solo desde el punto de vista funcional, sino también desde la perspectiva estética y simbólica» (2012, pág. 6). La autora de La medida de las cosas realiza un análisis de las dimensiones de los objetos producidos relacionándolos con los tamaños de algunas partes del cuerpo. La clasificación de las cosas que propone se basa en la escala dimensional del cuerpo, de las partes del cuerpo que utilizamos normalmente para interactuar con las cosas que nos rodean. De esta manera se superan las categorías dimensionales convencionales (nos referimos a las unidades métricas estandarizadas) por una clasificación ordenada a partir de referencias anatómicas humanas. Se recuperan, así, los tamaños y medidas humanas que ordenaban tradicionalmente nuestras actividades. Recordemos que medidas como el palmo, pulgada, pie o braza han sido los referentes anatómicos utilizados en algunas de nuestras tareas (en el mundo anglosajón se siguen utilizando algunas de estas dimensiones).
La morfología de las cosas depende, por tanto, de la escala corporal, y sus tamaños se deben establecer sobre la base de las medidas humanas. Como dice Puig, las dimensiones de los objetos condicionan su percepción y las conexiones psicológicas que establecemos con ellos se realizan por comparación con las medidas humanas. Nuestras relaciones con las cosas dependen, básicamente, de las dimensiones y proporciones entre las partes del cuerpo con las que utilizamos los objetos. Gracias a nuestros dedos, manos y cuerpo experimentamos las cosas para sentir y captar la información que necesitamos para interactuar con ellas. Nuestras habilidades manuales y corporales determinan el uso que damos a las cosas de nuestro alrededor.
Veamos, brevemente, cuáles son las características principales de los objetos de nuestro entorno cotidiano en relación con la parte del cuerpo que interviene en su manipulación.
En primer lugar, nos encontramos con los objetos de tamaño dactilar. Utilizamos los dedos para manipular cosas pequeñas. Las dimensiones de estos objetos, sus umbrales dimensionales mínimos, por lo menos, están determinadas por el tamaño de nuestros dedos, sus habilidades y su forma de uso. En general, podemos decir que la agudeza visual y nuestra capacidad de manipulación guían su materialización. Pensemos, por ejemplo, en teclas, botones y controles, todos ellos adaptados dimensionalmente para su correcta utilización o las dificultades de uso que plantea la miniaturización de ciertas funciones de los dispositivos tecnológicos actuales.
El tamaño manual agrupa los objetos de la siguiente categoría. Las dimensiones de estos objetos dependen de las dimensiones de la mano humana: el tamaño de la palma de la mano, la longitud de los dedos y la capacidad articular de los dedos y muñeca. Su tamaño nos permite una correcta visualización y su proporcionalidad manual facilita el uso. En esta categoría encontramos, quizás, el mayor número de objetos producidos por el hombre. Los individuos utilizamos esta tipología de cosas para ampliar nuestras capacidades y habilidades, y por esta razón suelen formar parte prácticamente de todas nuestras experiencias. Pensemos, por ejemplo, en el tamaño de nuestros teléfonos móviles y en sus medidas más frecuentes.
El tamaño del brazo es la medida que utiliza Puig para el siguiente grupo de objetos. Una categoría que presenta una mayor variabilidad dimensional, por lo que sus límites mínimos y máximos son más difíciles de precisar. Sin embargo, sí que existe una dimensión, más espacial que física, con la que establecer relaciones de medida. Esta dimensión está relacionada directamente con el alcance del brazo y su capacidad articular, que permite establecer la principal zona de control manual de las personas. Una zona que permite una buena visualización y localización de los objetos y que propone unas medidas adaptadas a las actividades que queremos desarrollar. Pensemos en las dimensiones de las mesas de trabajo, del mobiliario en general, que nos permiten ubicar y ordenar el conjunto de objetos necesarios para realizar tareas complejas y de larga duración. Actividades como trabajar y comer hacen uso de objetos de tamaño medio que acondicionan y disponen a nuestro alcance todos los elementos que precisamos. En este tipo de experiencias el dominio visual de la situación es esencial para fomentar un desarrollo adecuado de la actividad.
El tamaño corporal delimita el siguiente grupo de cosas. Nuestras dimensiones generales determinan nuestros espacios próximos y las dimensiones de los objetos que ubicamos en los ambientes personales. Puig considera que la altura visual y la línea frontal de mirada son los elementos que determinan el tamaño de los espacios en relación con las dimensiones humanas. La altura del cuerpo y la envergadura aportan datos para dimensionar los objetos de tamaño corporal, como por ejemplo sillas, sillones, camas, etc. y para establecer los espacios de circulación necesarios para cada una de nuestras actividades. Se establece, así, un sistema de medidas proporcionales orientadas a facilitar nuestras posiciones y movimientos.
Finalmente, Puig nos propone dos categorías más para completar su clasificación del tamaño de los objetos: los que son más grandes que el cuerpo humano y los de tamaño colosal. Ambos grupos se caracterizan por priorizar las dimensiones espaciales a las humanas, es decir, sobrepasan las dimensiones de los individuos y se encuadran en el ámbito de las actividades públicas compartidas. Las relaciones que establecemos con estos objetos no son tan cercanas como en las categorías precedentes y, por tanto, entre los aspectos que determinan su medida adquieren valor los datos procedentes del uso y servicio que ofrecen a los individuos colectivamente. En esta categoría de cosas se consideran tanto los hechos compartidos como el valor simbólico y significativo que le otorga la comunidad. Un ejemplo de este tipo de elementos, tanto por su magnitud como por el uso colectivo que les damos, podemos encontrarlo en el carácter representativo de los monumentos o en instalaciones y sistemas públicos como el transporte.
El diseño interviene en la planificación y configuración de todas estas cosas para que nos ayuden en nuestras actividades, favoreciendo las interacciones y ofreciendo oportunidades para transformar y cambiar nuestro entorno vital. Costall y Dreier enfatizan la necesidad de entender el diseño como un proceso que fomenta las relaciones entre la gente y los objetos y que propone cambios para mejorarlas. El futuro de las cosas cotidianas está determinado, según Norman, por su capacidad de satisfacer las necesidades del individuo y de la sociedad.